miércoles, 3 de febrero de 2016

Testimonio

Por Fernanda Báez

De negociante toda la vida

Desde pequeño tuve la idea, siempre fui responsable. De vivir en el campo, a la ciudad. De vender naranjas, a tener un próspero oficio.

Desde mis catorce años comencé a trabajar, desde pequeño se me metió a la cabeza la idea de mantener a mis padres y hermanos y por eso hacía lo que podía. Comencé vendiendo productos de la costa y viajaba desde Valencia en camión hasta Quevedo, y luego en lancha para llegar a Guayaquil o en verano a Quito. Ahí vendía bananos, papayas, arroz y cuando había café y todo nos vendían desde las fincas, eran buenos precios, nunca se perdía, siempre se ganaba. 
Todo servía para pagar las deudas, luego con el fruto de ese trabajo llegamos a comprar una finca totalmente nuestra y comenzamos a sacar nuestros propios productos para proveer a las vendedoras. Luego papá vendió la finca y fuimos a vivir a Ambato por la educación de mis hermanos. Mamá y papá dijeron que debo ver que se hace. Me fui a Quito a buscar a mi tío que dijo que sería bueno abrir una heladería por la 24 de mayo, que era prospera. Aprendí como hacer el helado pero no me gustó el local, mucho arreglo.
Y un día jugando vóley un compañero me contó que su papá vendía zapatos, él me enseño, y ya que me case decidí poner negocio de zapatos para seguir sacando adelante a la familia. Así tuve mi localsito. Así mismo, otro día, en El Comercio vi un anuncio de Wilfrido Rumbea que buscaba vendedores, le llame, nos conocimos y desde ahí hasta su muerte vendí su material de calzado, ahí ya tenía dos locales, además del de Elsita (esposa) que era modista, ella cerró para ayudarme a mí en lo que prosperó el negocio. Pero como yo viajaba a Guayaquil para encontrarme con el sr. Wilfrido, un día le robaron a Elsita sola en el negocio, entonces decidí cerrar el un local y quedarme con el otro y hasta ahora se venden los zapatos aquí, en la Mideros y Cuenca.

Oswaldo Tapia, vendedor, negociante.

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