Redacción: Mauricio Campaña
El
testimonio de un niño sobre su niña.
-Papi
¿por qué el Bugs Bunny hace huecos la tierra? Pregunta Samanta interrumpiendo
la conversación que sostengo con su padre, Alejandro, en medio de la visita
mensual que le concedió el juez al separarse de Carolina, la madre de Samanta. Se
separaron un año después del nacimiento de su hija. Alejandro reconoce que en
el momento de su matrimonio eran demasiado inmaduros, ¿Quién no lo es a los 17
años?
-Porque
es un conejo y los conejos hacen sus casas debajo de la tierra, le responde
Alejandro e intenta, de alguna manera, que Samanta no note sus lágrimas. Debo
admitir que no sé cómo manejar la situación. Es demasiada presión para un
aprendiz ocasional de periodismo. Es impresionante como una simple pregunta
puede remover lesiones que no se curaron, y tal vez nunca lo hagan. En este
caso, la pregunta fue ¿Qué pasó?
-Conocí
a Carolina en el colegio. Nuestra relación avanzó muy rápido. Éramos amigos y
de un momento a otro empezamos una relación. Fue la época más intensa de mi
vida. El día que confirmamos nuestras sospechas acerca del embarazo sigue calando
en mi memoria. Pasaron tantas ideas por nuestras cabezas; desde el aborto,
hasta escaparnos lejos de nuestras casas sin decírselo a nadie. Finalmente
comprendimos lo que debíamos hacer. No me arrepiento de tener a la nena, aunque
no la tenga a mi lado tanto como quisiera.
Decidimos
casarnos. Nuestros padres no se opusieron, al contrario, nos apoyaron y nos
siguen apoyando aunque la relación entre nuestras familias se deterioró después
del juicio de divorcio. Terminamos el bachillerato en agosto de 2009 y nos
casamos un mes después. Conseguí un empleo como diseñador gráfico. Ella
trabajaba con su madre en la venta de productos cosméticos. Arrendamos un
cuarto destartalado cerca de San Marcos y gracias a nuestros sueldos y la ayuda
de mi viejo nos manejábamos bien con el dinero.
Ambos
queríamos retomar nuestros estudios pero sabíamos lo difícil que sería en
nuestras condiciones. Nuestras vidas ahora estaban al servicio de la Sami.
Pasamos varios meses preparándonos para su llegada. Como todos los padres
novatos, pasábamos sustos ante cualquier novedad que se presentara. Al tercer mes,
en una visita rutinaria al médico, nos informaron que Carolina tenía preeclampsia
y que eso conlleva un riesgo de aborto. Sentí el horror. Y aunque el medico
recetó vitaminas y nos aseguró que todo saldría bien no dejábamos de llorar. En
ese momento comprendí lo que hubiera significado abortar a la nena. Me hubiera
condenado para siempre.
-Samanta
corre detrás de las palomas que intentan conseguir comida en la Plaza de San
Francisco, pero las palomas son más rápidas que ella y alzan el vuelo cuando se
sienten perseguidas. Alejandro no deja de mirarla. Sospecho que se siente
incómodo con la conversación. Tengo muchas preguntas que hacerle, pero no me
atrevo, no quiero convertirme en un periodista inquisidor, un Torquemada en el
oficio. Samanta se acerca y le pide un Bonice. Alejandro compra la golosina y
aprovecha que la niña está quieta para ponerle una gorra y untarle protector
solar que bloquee el dantesco sol que azota a Quito en estos días.
-Después
de que Samanta cumpliera el cuarto mes de nacida empezaron los problemas. Perdí
el trabajo por los constantes atrasos. El dinero escaseaba y las discusiones
aumentaban. Fuimos irresponsables. Hubo ocasiones en las que no llegaba a
dormir a mi casa porque no soportaba ver a Carolina. Ella tomaba a la nena, se
iba con sus padres y no me permitía acercarme. Era su forma de castigarme.
Una
noche las cosas parecían mejor. Estábamos en casa de mis padres y Carolina reía
como hace mucho tiempo no lo hacía. Pensé que el vaivén de nuestra relación se
había calmado. Regresamos muy contentos a casa y cuando Carolina acostó a la
nena en su cuna me dijo: “Ya no te quiero. Debemos separarnos.” Yo no entendía
y buscaba una explicación. Me puse como loco. Le gritaba a ella y maldecía a todo
el mundo. Samanta despertó y se puso a llorar. Carolina se encerró en el cuarto
junto con ella y yo salí a la calle para calmarme. Pasé varias horas caminando.
Cuando me di cuenta eran las dos de la mañana. No regresé a casa para no
despertar a Carolina. Supuse que todo se calmaría en la mañana así que me fui a
casa de mis padres, les explique todo y dormí en mi antiguo cuarto.
Cuando
volví a casa ella se había ido. Intentaba comunicarme con ella pero se negaba a
recibir mis llamadas. No me permitía ver a mi hija. Pasaron cuatro meses antes
de que volviera a saber de ella. Fue cuando llegó una citación a casa de mis
padres para que me presentara en un tribunal. Carolina solicitaba el divorcio.
El
proceso de divorcio fue extenuante y brutal. Estuvo marcado por las discusiones
en medio del tribunal y los desacuerdos por el pago de pensión alimenticia y
horarios de visita. Finalmente se acordó la pensión mínima, en ese tiempo era
sesenta y cinco dólares, hoy subió a cien. Carolina sabe que no puedo pagar más
y yo sé que eso no alcanza para mantener un niño, así que llegamos a un acuerdo
sin involucrar a la justicia. Yo pagaría más cuando pudiera hacerlo y ella me
ayudaría a solventar los gastos. Creo que es lo más justo. Hoy nos llevamos
mejor, o por lo menos no peleamos tanto como antes. Actualmente manejo el taxi
de mi padre e intento estudiar Jurisprudencia a la par. Carolina tiene un nuevo
compromiso y espera un bebé. Ojalá le vaya mejor en este nuevo intento y la
vida no le resulte tan desastrosa como lo fue conmigo.
Se pone de pie y se
despide de mí. Yo le agradezco por el tiempo que se tomó para contarme su
historia. Mientras se marcha con su hija noto que se lleva una mano al rostro. Alejandro
se recuperará. Debe hacerlo por su hija. El futuro de Samanta depende de la
relación que puedan llevar sus padres. De ellos dependerá que Samanta no repita
el ciclo del embarazo adolescente.
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