Por Silvana Guanotasig
ANDREA MISHELLE ROSERO CORREA
La mañana del Sábado 15 de agosto del 2016,
viví situaciones que jamás pensé, esas que uno solo espera que pasen en las
películas, o por lo menos, esas que uno dice nunca me va a pasar y mucho más si
vives en una ciudad pequeña y sin mayor caos como es Latacunga.
Estudio en la ciudad de Quito en la
Universidad Central del Ecuador, pero viajo todos los fines de semana a mi
ciudad natal, en la cual, se encuentra el volcán Cotopaxi. La mañana del Sábado
salí a comprar pan, mi vecina me atendió apresurada, me extrañó mucho su
actitud y pregunté si le sucedía algo y me dijo “los lahares están bajando, nos
toca evacuar” no creí que sería tan grave así que le comenté a mi familia lo
que me habían dicho, mientras les contaba, escuchamos mucho ruido, nos asomamos
a la ventana y me topé con escenas que nunca habría pensado presenciar, toda la
gente corría, gritaba, llevaba maletas, lloraba.
Los autos colapsaron la vía de salida, no me
asustaban los lahares, me aterrorizaba la gente. Aún me parecía mentira, sabía
que la erupción del volcán era una realidad que había que afrontar, pero jamás
pensé que sería tan pronto. Los patrulleros nos obligaron a salir, ya que,
donde vivo es zona de alto riesgo por hallarse ubicado en medio de los dos ríos
más grandes que atraviesan la ciudad: Aláquez y Cutuchi.
Finalmente todo fue
una falsa alarma, pero eso no cambia lo sucedido, Ese día de descontrol total
en la población no lo borra una disculpa. Mientras regresábamos a nuestros
hogares muchos comentaban que hubieron atropellamientos, choques, es más, yo
misma presencié como tres.FRASE: “Me convencía cada vez más de que era cierto, me decía a mí misma no es justo que tanto alboroto sea en vano”.
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